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Dermatitis atópica: qué es, síntomas y tratamiento

La dermatitis atópica es una patología inflamatoria crónica y recurrente con una base
inmunoalérgica y un componente hereditario importante, puesto que es frecuente la
historia familiar de enfermedades alérgicas

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Por la doctora Estefanía Arredondo, directora médica de Olyan farma.

La dermatitis es la inflamación de las capas superficiales de la piel que se puede manifestar con picor, inflamación, enrojecimiento, descamación y lesiones tipo vesículas (ampollas pequeñas) y costras. Es un término amplio que engloba una serie de patologías entre las que se encuentran con mucha frecuencia la dermatitis atópica, la dermatitis seborreica y la dermatitis alérgica de contacto.

La dermatitis atópica es la manifestación cutánea de la atopia (tendencia a padecer asma, fiebre del heno y eccema). Es una patología inflamatoria crónica y recurrente con una base inmunoalérgica y un componente hereditario importante (es frecuente la historia familiar de enfermedades alérgicas). Hay déficit principalmente de la proteína filagrina debido a mutaciones genéticas, de algunos lípidos y ácidos grasos, y alteraciones en las uniones entre las células de la piel. Esto, junto a otros factores ambientales, alteran la barrera cutánea produciendo su deshidratación y favoreciendo la proliferación del Estafiloco aureus, una bacteria que se ve con frecuencia antes de los brotes de dermatitis, y que estimula una respuesta inmune que produce inflamación. Algunos de estos factores ambientales son el estrés, las sustancias irritantes (tejidos de lana, sintéticos), detergentes, el calor y el sudor, el agua con contaminantes, con exceso de cloro o de gran dureza, los climas fríos y la sequedad ambiental.

Es muy frecuente, sobre todo en niños, con una prevalencia mundial de entre un 2,1% y un 4,9%, variando en distintas regiones y a distintas edades. Hasta un tercio de los casos, mantendrá los síntomas en edad adulta.

El síntoma fundamental es el picor en la piel, al liberarse sustancias como la histamina y otros mediadores de mastocitos y eosinófilos (células sanguíneas), desencadenando lesiones de rascado. También es frecuente observar otros síntomas como sequedad, eccema (piel hinchada y roja, con picor o dolor), pitiriasis alba (manchas redondeadas u ovaladas, más claras que el resto de la piel), queilitis descamativa en los labios (descamación continua del borde de los labios con frecuente enrojecimiento y aparición de costras) y doble pliegue palpebral o pliegue de Dennie-Morgan (rasgo sugestivo de dermatitis atópica que se caracteriza por la presencia de dos o más líneas en el párpado inferior como consecuencia de la acumulación de líquido).

Es una patología muy heterogénea en cuanto a su presentación clínica, pues puede existir un eccema agudo, caracterizado por la aparición de pápulas (lesiones rojas sobreelevadas), vesículas (ampollas de pequeño tamaño), exudación y costras; un eccema subagudo o un eccema crónico que muestra liquenificación (engrosamiento de la piel), fisuras y excoriaciones. Todas las lesiones pueden dar lugar a una hipo o hiperpigmentación cutánea postinflamatoria produciendo, respectivamente, la piel más clara o más oscura que el resto de la piel.

Puede presentarse de manera diferente dependiendo de la edad y de la localización de las lesiones. En los lactantes (edad de 0 a 2 años) suele aparecer un eccema agudo y exudativo en la cara (sobre todo en las mejillas, respetando el triángulo nasolabial) y superficies extensoras de las extremidades. Respeta la zona del pañal. En los niños y adolescentes (edad de 2 a 16 años) aparece un eccema subagudo con lesiones en flexuras (fosa antecubital y hueco poplíteo), muñecas, tobillos, cuello, párpados y zona perioral y, en los adultos es similar a esta fase infantil, pero con un eccema crónico más localizado.

El diagnóstico de la dermatitis atópica se basa en la historia clínica, es decir, lo que cuenta la persona, junto a la exploración física que realice el médico. Es importante descartar otras causas de los síntomas presentados, para no confundirse con otras patologías como la dermatitis alérgica de contacto (que suele producirse en el lugar del contacto, de manera asimétrica), la psoriasis (aparición de placas sobreelevadas rojas que se descaman, siendo simétrica), la dermatitis seborreica (más frecuente en adultos, en áreas de mayor producción de sebo o grasa como el cuero cabelludo, las cejas, las mejillas, las orejas y el tórax, relacionado con la presencia de hongos del género Malassezia), la urticaria (aparición de habones muy pruriginosos que suelen durar menos de 24 horas, desapareciendo y apareciendo otros), e infecciones bacterianas de la piel (que se suele acompañar de dolor, secreciones y fiebre). La dermatitis atópica suele respetar glúteos, ingles y axilas, así que si aparecen lesiones en estas áreas hay que pensar en la psoriasis invertida, la dermatitis seborreica o la dermatitis alérgica. A veces, para diferenciar unas patologías de otras, se hace necesario recurrir a pruebas complementarias como los análisis de sangre, los cultivos de la piel o la biopsia cutánea.

En el tratamiento de la dermatitis atópica es necesario, primero, prevenir la aparición de los brotes, pues hemos visto que es una patología crónica recurrente. Para ello, se deben evitar los factores desencadenantes de los que hablábamos al principio, por lo que es importante identificar los alérgenos (sustancias que generan alergia), los irritantes y el estrés emocional. Los alérgenos se encuentran en la naturaleza, en animales y plantas que pueden desencadenar una reacción alérgica. La piel tiene que estar correctamente limpia e hidratada. Lo adecuado es usar jabones libres de surfactantes (SLS, SLES) y sin perfumes. Para hidratar, se deben aplicar cremas emolientes sin alcohol, específicas para dermatitis, de venta en farmacia. Algunos ingredientes de estas cremas son la manteca de karité (rica en vitaminas A, C y E) y extractos naturales con propiedades antiirritantes como los azulenos o los derivados
de la manzanilla. Es recomendable aplicarlos tras la ducha o el baño, para mejorar su
penetración y que reduzcan la sequedad y el picor. Para disminuir el estrés, el ejercicio físico es un buen aliado, pudiendo también recurrir a técnicas de relajación. Es además importante tener una dieta saludable y equilibrada, rica en vitaminas A, C y E, zinc y ácidos grasos esenciales como el omega-3 y omega-6, con propiedades antioxidantes que fortalezcan el sistema inmunológico y reduzcan la inflamación de la piel. Entre ellos, los alimentos que más se recomiendan son las frutas, las verduras, el pescado, el aceite de oliva y las nueces. Si se confirma que la persona es sensible a otros alimentos
como los lácteos, los huevos y el gluten, habrá que reducir su ingesta, lo cual reducirá la inflamación y mejorará el estado de la piel.

Una vez aparezca el brote, se ha de poner un tratamiento específico para evitar que el brote sea grave o desencadene otras complicaciones de la piel. Para ello se pueden aplicar tratamientos tópicos como los corticoides o los inhibidores de calcineurina, dependiendo de la localización y de la gravedad del cuadro. Los corticoides utilizados a medio plazo producen frecuentemente efectos secundarios que incluyen la aparición de estrías, atrofia o adelgazamiento de la piel y cambios en su coloración que, en zonas como el cuello y la cara, pueden ser más problemáticos. Por ello, en estas zonas se prefiere el uso de los inhibidores de la calcineurina que, aunque hace unos años hubo bastante polémica sobre si se relacionaban o no con la aparición de algún tipo de cáncer como el linfoma o cáncer de piel no melanoma, a día de hoy los estudios no lo han podido demostrar, y siguen pudiendo recomendarse con seguridad como alternativa a los corticoides tópicos, bajo indicación médica. En casos más extensos o más graves, se pueden tomar medicamentos orales como los corticoides y los antihistamínicos que reduzcan la inflamación y el picor y, en casos aún más graves o que no respondan, se tiene que recurrir a tratamientos inmunosupresores o tratamientos biológicos que reduzcan la respuesta inflamatoria exagerada. En algunos casos muy concretos, se recomienda el tratamiento con fototerapia de manera controlada para evitar sus efectos secundarios. Este tratamiento utiliza luz ultravioleta, siendo la más utilizada la terapia UVB de banda estrecha, que actúa específicamente en la piel afectada.

Por último, una vez hayamos tratado el brote, es esencial mantener las medidas higiénico-dietéticas diarias comentadas con anterioridad, para que la función fisiológica protectora de barrera que tiene la piel se mantenga lo mejor posible a lo largo del tiempo, controlando los síntomas y previniendo recaídas. Evitando los desencadenantes y manteniendo la piel íntegra, limpia y correctamente hidratada, eludiremos los síntomas de la dermatitis atópica y las lesiones de rascado que pueden desencadenar de manera secundaria en el eccema crónico o la sobreinfección bacteriana secundaria. En este sentido, teniendo en cuenta que es una patología muy frecuente en niños, es aconsejable enseñarles cómo aliviar el picor si, en lugar de rascarse con las uñas, lo hacen suavemente con los nudillos de las manos, evitando así las excoriaciones y la rotura de la piel.